A veces la vida no me la pone fácil. Durante la última semana de julio, el ajetreo de mi mudanza coincidió con dos invitaciones, una mejor que la otra. La primera, al Iron Fork, en el que 60 chefs presentaron sus creaciones en el Hyatt Regency de Miami, como un abreboca de lo que será el Miami Spice 2015. La segunda, una cena de degustación en Piripi, el restaurante en Merrick Park en el que no hace nada se estrenó como chef ejecutiva Angelina Bastidas.
Con tanto que desempacar y organizar, ni modo que pudiera salir dos noches en una misma semana, así que me tocó elegir ¿Ven por qué digo que a veces la vida me la pone difícil?
Opté por ir a la cena de degustación en Piripi, en la que el recién salido del horno menú de la chef Bastidas sería rociado con vinos Truchard. Y fui no sólo porque con tanto agite (por lo de la mudanza) prefería algo más íntimo en lugar de la bacanal que estoy segura fue el Iron Fork. Fui también porque tenía curiosidad por conocer la nueva cocina de Piripi liderada por una jovencita de 25 años.
Pero fui sobre todo porque Carolina García-Abalo, la esposa de Gus Abalo, uno de los socios de Piripi, tuvo a bien llamarme para invitarme personalmente. Caro y yo coincidimos en nuestro gusto por la buena mesa. Nos conocimos en Twitter, terminamos siguiéndonos en todas las redes sociales y hace poco nuestra incipiente amistad dejó de ser virtual, precisamente en Piripi, en un happy hour de un grupo de mujeres de Facebook del cual las dos somos parte. Como para la mí la amistad es un valor, sin pensarlo me dije: Piripi, aquí voy y Miami Spice puede esperar.
Con tanto que desempacar y organizar, ni modo que pudiera salir dos noches en una misma semana, así que me tocó elegir ¿Ven por qué digo que a veces la vida me la pone difícil?
Opté por ir a la cena de degustación en Piripi, en la que el recién salido del horno menú de la chef Bastidas sería rociado con vinos Truchard. Y fui no sólo porque con tanto agite (por lo de la mudanza) prefería algo más íntimo en lugar de la bacanal que estoy segura fue el Iron Fork. Fui también porque tenía curiosidad por conocer la nueva cocina de Piripi liderada por una jovencita de 25 años.
Pero fui sobre todo porque Carolina García-Abalo, la esposa de Gus Abalo, uno de los socios de Piripi, tuvo a bien llamarme para invitarme personalmente. Caro y yo coincidimos en nuestro gusto por la buena mesa. Nos conocimos en Twitter, terminamos siguiéndonos en todas las redes sociales y hace poco nuestra incipiente amistad dejó de ser virtual, precisamente en Piripi, en un happy hour de un grupo de mujeres de Facebook del cual las dos somos parte. Como para la mí la amistad es un valor, sin pensarlo me dije: Piripi, aquí voy y Miami Spice puede esperar.
Carola tuvo la gentileza de invitarme a compartir su mesa en la que también estaban Ana Arranz, esposa de Teo Arranz, socio de Piripi; Anthony Truchard, cabeza de los viñedos Truchard y segunda generación de una familia de viticultores de Napa, en California, y su esposa, Suzanne Bezu-Truchard, una abogada de origen cubano, simpatiquísima, quien se encarga, entre muchas otras cosas, del mercadeo de Truchard.
Además me tocó compartir con Therese Rice, una neoyorquina con un dominio perfecto del español, que combina las Relaciones Públicas con las Políticas Públicas, es graduada de la Universidad de Columbia con honores, es mamá de dos varones (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) y está casada con un mexicano que se graduó en la School of International and Public Affairsde Columbia el mismo año que yo.
En total fuimos 80 comensales y la pasamos buenísimo: la compañía inmejorable, los vinos espectaculares y a la temperatura perfecta, y el menú de la chef Bastidas: una verdadera delicia. Todo, en medio de la elegancia minimalista y perfecta de Piripi, en cuya decoración solo hay dos toques de locura que me fascinan: el enorme chandeliersobre el bar, del que salen, divertidos, anémonas y tentáculos de pulpo de cristal, que van cambiando de color como si de una ola marina se tratara, y la lámpara del comedor privado, singularísima y hecha de ¡cubiertos!
No alcancé a probar sino uno de los canapés que pasaron antes de sentarnos: unas croquetas de pato servidas con una gota de salsa de cereza agria ahumada que me supieron a gloria, acompañadas de un Truchard Roussanne (2013), nítido y refrescante, con el grado perfecto de acidez y un final cítrico que me encantó.
Ya en la mesa el primer plato consistió en una delicada ensalada de remolachas con melón verde, queso Manchego, crujientes nueces confitadas y una vinagreta de sherry, acompañada con un Truchard Chardonnay (2013). Yo sólo espero que esta ensalada forme parte del menú diario porque quedé antojada de más.
El segundo plato fue el mejor bacalao fresco que me he comido en mi vida: poché y cocido a la perfección, se desprendía en grandes hojuelas blancas y para contrastar el sabor tan delicado, venía rociado con una reducción de vino tinto y servido con un confit de hongos salvajes y un puré de berenjenas que me recordó el sabor ahumado de un buen babaganoush. Me encantó que el vino que acompañó esta maravilla fue un Truchard Pinot Noir (2012). La combinación perfecta.
El tercer plato fueron dos medallones de cordero cocidos a la perfección y acompañados de un confit de papas (al que yo llamaría milhojas y que es la forma de comer papas más sublime que uno se pueda imaginar), con un tapenadede aceitunas negras (que Piripi haría bien en envasar y vender para llevar, porque no tiene comparación), y un puré de perejil. En esta oportunidad el vino fue un Truchard Cabernet Franc (2012) en su punto.
El broche de oro fue una mousse de chocolate negro servida con cerezas poché, mascarpone y escamas de cacao, acompañadas con un Truchard Cabernet Sauvignon (2012), que me encantó por su final astringente.
Luego de semejante debut, a los comensales no nos quedó más remedio que aplaudir a la chef Bastidas. Y me sentí muy honrada cuando se acercó a saludarme y hasta nos abrazamos. Ya me había dicho que a pesar de su juventud confiaba en su trabajo y en su experiencia, pero que le angustiaba un poco tener que hablar en público.
Y ya cuando la gente comenzó a despedirse, allá a lo lejos, en la que sin duda es una de las cocinas más hermosas de Miami, la vi tomándose un shot con sus compañeros de trabajo.